jueves, 5 de marzo de 2009

CONCLUSIÓN

El pueblo español es de natural reacio a la incorporación de novedades en sus oxidadas estructuras políticas o sociales, hecho éste fomentado y aprovechado históricamente por los depositarios del poder coercitivo, económico y espiritual, poco dados a otorgar peligrosas libertades igualitaristas capaces de cuestionar su supremacía personal, clasista económica o espiritual.
Estos son los obstáculos a sortear en el duro trabajo de construir una nueva sociedad, base práctica, dinámica y funcional de un verdadero nuevo orden; más ámplio, más abierto, más social y más humano.

Muchos serán los llamados atraidos por esta novedosa misión, pero muy pocos los elegidos capaces de entregarse completamente a la dura prueba que enfrentan.
Una vez perdida la venda que oculta la visión real y crítica de una sociedad y una estructura política transitoria, innecesariamente estancada y violentamente anclada en un paso intermedio, lógicamente no podrá detenerse la finalización de ese paso esbozado, ese gesto democratizador amarga y forzosamente congelado que denuncia la artificialidad de su permanente estatismo en conflictos internos de reclamación de reparto del poder y crítica feroz al conjunto del sistema.

El peligro que despierta esta antinatural situación inmovilista es la extensión de la crítica social al conjunto del sistema democrático, infectando esta gangrena destructiva a la esencia misma de la democracia, abriendo el abismo antidemocrático de imprevisibles y peligrosas consecuencias.

El pasado debe ser nuestro maestro y nuestro valedor al tiempo, pues en él quedaron grabados en sangre sudor y lágrimas todos los esfuerzos y las apiraciones de las generaciones anteriores, esperanzas en un futuro mejor y común para todos, y que sin embargo fueron cruelmente tronchadas por las garras ciegas de la reacción y la desidia nacional e internacional.
Es la memoria de todos aquellos que hoy cubren sus huesos con la dignidad del polvo de los caminos, hechos uno al fin con la tierra que quisieron salvaguardar de la crueldad que finalmente los sobrepasó, aquellos capaces de matar y morir por el valor indescriptible de la palabra libertad y de desafiar a los cielos de los siglos de historia para forzar el cambio que llegaron a rozar con la punta de los dedos y que finalmente fue traicionado y sepultado bajo la miseria del olvido y la vergüenza.

Es la deuda de sangre y honor de toda una nación que ha olvidado a base de culatazos y garrotes; el sacrificio que hoy es vilmente parodiado por un sistemaque insulta la palabra democracia y la prostituye al servicio de la oligarquía sedienta de la vieja sangre libertaria, y corrompe las institucones que un dia alumbraron a un pueblo sometido, doblegado y humillado que por un momento alcanzó a levantar la vista liberándose del yugo que los años habían encajado en su embrutecido cuello.
Hora es ya de que ese cuello sea libre al fin y para siempre, rompiendo el oxidado yugo coronado que tan pronto volvió a acupar su puesto sobre el pueblo, cínicamente llamado soberano para apaciguar sus embestidas; convenientemente debilitado tras uan dura sangría de ocho lustros de dictadura.

Este es el último (por el momento) intento de alcanzar la solución definitiva al largo conflicto que ha dado forma a lo peor de nuestra historia, el conflicto nacionalista y monárquico que ha forjado la identidad de este rincón del planeta.

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